jueves, 28 de marzo de 2013

Nueva York 2013: día de árboles


En el SUNSET PARK de BROOKLYN con MANHATTA (& me) al fondo.


La elegante CALLE 3 de PARK SLOPE (BROOKLYN) y su carril bici.


Algunos 'OLMOS AMERICANOS' del TOMPKINS SQUARE PARK (MANHATTAN).


ATARDECER (de hoy) sobre los árboles del MADISON SQUARE PARK.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Nueva York 2013: día de puentes


[LA CALLE DELANCEY DESDE EL PUENTE DE WILLIAMSBURG]


[BICEFALIA ENTRE PUENTES]


[BMW: BROOKLYN, MANHATTA & WILLIAMSBURG BRIDGES]

viernes, 22 de marzo de 2013

Del bucle a la nube: disfrutando del paisaje urbano chicagüense

Enrique fue a Chicago para dejar de fumar

«Fui a Chicago para dejar de fumar. Me hospedé en el Allerton, donde elegí una habitación para no fumadores, uno de esos cuartos de hotel en los que si uno enciente un cigarrillo se dispara de inmediato una sirena en el pasillo y, aparte del momento de vergüenza que vives, te cae una multa de 200 dólares. Cuando llegué a Chicago el calor y la humedad eran insoportables. El clima de esta ciudad es muy duro en invierno -se hiela el lago Michigan y se alcanzan temperaturas de 25 grados bajo cero- mientras que en primavera y verano el calor y la humedad suelen ser asfixiantes. En invierno la llamada ciudad del viento se convierte en un manto de nieve que hace tan peligrosas las calles, que el Ayuntamiento coloca largas cuerdas en ellas para que los transeúntes tengan a qué agarrarse y eviten resbalones. Pero yo llegué en plena canícula asfixiante y pensé -en la soledad de mi cuarto, feliz de haber dispuesto que una sirena me controlara- que el clima de los cuatro días que me esperaban en Chicago no iba a tener variaciones. Me equivoqué en esto tanto como en suponer que la ciudad de Eliot Ness era idónea para dejar de fumar.

Ya en el mismo día de la llegada, fuimos a cenar al Miller's Bar -un tugurio mítico por haber contado con Humphrey Bogart y Frank Sinatra entre su clientela más entusiasta-, donde uno hace el ridículo más espantoso si no fuma. A la mañana siguiente, el tiempo había cambiado, era mucho más benigno. Llovizna y viento y cierto frío en las calles. No sabía que estaba por llegar lo peor, fumaba por esas calles pensando que no tardarían en volver la asfixia y la humedad, fumaba por esas calles admirando -visualmente Chicago es espléndida- la imaginación de arquitectos históricos como Roof, Holabird, Sullivan and Wright, que aportaron a la ciudad arrasada por el Gran Incendio de 1871 grandes ideas para rascacielos. Y es que de pronto un pueblo ganadero del medio oeste se convirtió en el lugar de nacimiento de todo tipo de innovaciones arquitectónicas. Del caos los ganaderos hicieron surgir la cultura. Chicago. Hay que verla. Caos, creatividad y cultura. Hay que verla. A Cataluña también, pero en cuestión de vitalidad artística -basta ver el Art Institute, el impresionante museo que fundaron- nadie gana a aquellos ganaderos con espíritu de ganadores. Al día siguiente de mi deslumbramiento arquitectónico, dejé de fumar por consejo de mi amigo Timothy Jones, el botones del hotel, un joven con muchos galardones, entre ellos el Hospitalidad Harper de 1996 y el Botones del Año de 1997. Timothy Jones fue el que me informó de que el tiempo iba a empeorar progresivamente, como así, efectivamente, sucedió. Con el paraguas rojo que me prestó, me dediqué a ver todo lo que él me había recomendado: Water Tower, Chicago Place, el lujo de la Milla de Oro, la skyline vista en la línea del horizonte de un barco que se adentra en el lago Michigan, la ruta de Al Capone y el Joffrey Ballet, los barrios de Greektown y Chinatown, el hall del legendario Chicago Tribune. Y como colofón, Nighthawks, un cuadro de Edward Hopper en el Art Institute.

Al igual que Joseph Conrad iba haciendo, en su viaje al Congo, el descubrimiento paulatino de la locura colonial, yo fui descubriendo, primero de forma pausada y luego acelerada, la evolución enloquecida del clima de Chicago. El último día, por la noche, la tormenta era alucinante mientras nos dirigíamos a un peligroso barrio de las afueras, donde, según Antoni Munné, se oía -debo decir que andaba en lo cierto- el mejor blues de la ciudad. Allí, a pocos kilómetros de la casa natal de Hemingway, en un club de blues invadido por un humo azul, fui vencido por la tentación de un tabaco imprescindible para escuchar a Johnny B. Moore en su emocionante homenaje a Muddy Waters.

De vuelta al hotel, tras un viaje épico en taxi bajo la tormenta y el anuncio de nieve para el día siguiente, vi humo bajo la puerta de mi cuarto mientras escuchaba en la radio a Mojo Mama y Willie Dixon. Me dormí soñando blues. Cuando desperté ocho horas después, el mal tiempo seguía allí. Estaban ya preparando las cuerdas para los transeúntes cuando pedí el taxi para el aeropuerto, me despedí de Timothy Jones, volé con la tormenta que se desplazaba hacia Montserrat y llegué a Barcelona en una terrible madrugada de lluvia y viento que no me inquietó porque andaba sólo preocupado por la típica urgencia del aficionado al blues: fumar hasta el amanecer. Atrás quedaba Chicago y su contundente ejemplo de vitalidad cultural.»

En Chicago
ENRIQUE VILA-MATAS
EL PAÍS, 22 JUN 2000

domingo, 17 de marzo de 2013

Compañía de viaje

Bellow, Harrison, Irving, Iyer, Kafka, Montero, Núñez, Usón
Ecléctico1 grupo de libros que se viene conmigo mañana a Estados Unidos.

1 Que está compuesto de elementos, opiniones, estilos, etc., de carácter diverso.

viernes, 15 de marzo de 2013

Haruki Murakami: Después del terremoto

De LA TORTA DE MIEL

  «A los veinticuatro años, su colección de relatos obtuvo el premio de una revista literaria al mejor escritor novel y fue nominado para el Akutagawa. Durante los siguientes cinco años, fue propuesto par el Premio Akutagawa un total de cuatro veces. Una carrera nada despreciable. Pero al final nunca lo obtuvo y acabó convirtiéndose en el eterno favorito. Una reseña representativa de aquello decía: "Posee una gran calidad estilística, inusual en un autor joven, y muestra una capacidad notable en la descripción de escenas y en el retrato psicológico de los personajes, pero, en algunos pasajes, se deja llevar por el sentimentalismo y adolece de falta de fuerza, frescura y, en definitiva, de perspectiva novelística.» (p. 165)

  «Los cuentos que escribía Junpei trataban, por lo general, de amores desdichados entre hombres y mujeres jóvenes. Los desenlaces eran tristes y algo sentimentales. Todo el mundo decía que estaban muy bien escritos. Sin embargo, no cabía duda de que se apartaban de las últimas tendencias literarias. Su estilo era poético. Sus argumentos tenían cierto aire anticuado. La mayoría de lectores de su generación pedían un estilo y unas historias más novedosos y potentes. Era la época de los videojuegos y de la música rap. El editor le aconsejó que intentara escribir una novela. (...) Escribir una novela larga facilitaba a menudo la apertura de nuevas perspectivas narrativas.» (p. 166)

  «Sin embargo, Junpei era un cuentista nato. Se encerraba en su habitación, olvidándose de todo lo demás, y, en tres días, en soledad, sin respirar apenas, concluía el primer borrador. Luego lo iba corrigiendo a lo largo de los cuatro días siguientes (...) La partida se decidía la primera semana. Todos los elementos importantes se incluían o eliminaban entonces. Esa manera de trabajar casaba con su carácter. Concentración absoluta durante un corto espacio de tiempo. Imágenes y palabras condensadas, plenas de significado. Sin embargo, a la hora de escribir una novela, Junpei siempre se sentía perdido. ¿Cómo podía mantener su poder de concentración a lo largo de varios meses, o cerca de un año? ¿Cómo podía encauzarlo? Era incapaz de encontrar el ritmo adecuado.» (p. 167)

Llámeme rana

Haruki Murakami

martes, 12 de marzo de 2013

Enrique Vila-Matas: Extraña forma de vida

  «Siendo la vida como es, uno sueña con vengarse. Fue todo uno decirme esto y tomar la decisión de abandonar para siempre la novela que estaba escribiendo, la trilogía realista entera, no volver a ocuparme nunca más de seres que, como el barbero, sólo me producían un asco infinito. No habría tomado una decisión así si sólo hubiera sido Guedes quien me hubiera dado ese asco, pero es que me sentía también muy harto de muchos de mis desheredados de la vida, de muchos de mis absurdamente sublimados personajes de perfiles desgraciados. ¿Acaso no eran tan detestables como el barbero el electricista y su hijo autista, el enano borracho que hacía recados para la pollería o la novia del hijo de los dueños de la frutería, por no hablar de la imbécil que se creía la Teresa de una novela de Juan Marsé?
  Decidí que, a partir de aquel momento, pasaban a mejor vida mi trilogía y mi absurda fijación por lo real. Después de todo, ¿no hacía ya mucho tiempo que venía sospechando que detrás de cualquier imagen real había siempre otra más fiel a la realidad y, debajo de ésta, había otra aún más fiel, y así hasta el infinito hasta llegar a una, absoluta y misteriosa, que nadie ha podido ver nunca y que ni el mejor de los espías de todos los tiempos sabría ver?»
[...]
  «Comprendí de golpe y para siempre que los personajes que me interesaban de verdad sólo podían surgir de la imaginación. Los otros, los reales, como personajes menores que eran, a lo sumo podía yo algún día fotografiarlos.
  En fin, mientras terminaba de curarme las heridas, anoté en mi mente las primeras líneas de una novela en la que todo estaría inventado. De esta forma tan sencilla, cambié ese día yo de estilo literario. Había entrado sigilosamente en una barbería y había salido no habiendo podido sacarle mayor provecho a aquella última media hora. A pesar de que algunos golpes me dolían, me sentía deliciosamente limpio y afeitado y, sobre todo, ligero de equipaje, y es que la realidad siempre ha sido muy pesada, un fardo insoportable.» (pp. 106-108)
Enrique Vila-Matas: Extraña forma de vida
Enrique Vila-Matas
EXTRAÑA FORMA DE VIDA (1997)
Biblioteca Vila-Matas DeBolsillo, 2013

«Encontré el título del libro en el aeropuerto de Lisboa al ver un disco con un fado de Amalia Rodríguez que se llamaba Estranha forma de vida. Me enamoró no exactamente el título sino la belleza de Amalia. Y en mi ciudad encontré la historia que iba a contar: la de un barcelonés dividido entre dos amores y entre dos actividades parecidas, la de escritor y la de espía. Recuerdo que, escribiendo ese libro, acabé transformándome en una especie de Fernando Pessoa del barrio de Gràcia de Barcelona. Escribir o la única forma interesante de estar en el mundo, extraña forma de vida.» (de la Autobiografía literaria de Vila-Matas)

viernes, 8 de marzo de 2013

Joan Didion: Los que sueñan el sueño dorado

DESPUÉS DE HENRY (1992)

«En el verano de 1966 estaba viviendo en una casa prestada en Brentwood y tenía una criatura recién nacida. Había publicado un solo libro, tres años antes. Mi marido estaba escribiendo el primero de los suyos. Nuestra agenda de aquellos meses muestra que no hubo ningún ingreso en abril, 305,06 dólares en mayo, ninguno en junio y 5,29 dólares en julio, el dividendo de nuestro único capital, cincuenta acciones de la Transamericana que mi abuela me había dejado en herencia. En aquella agenda de 1966 hay listas de ropa para llevar a la lavandería y citas con el pediatra. Hay sesenta regalos de bautizo recibidos y sesenta notas de agradecimiento escritas, están las rebajas de verano de Saks y el intento de recuperar un depósito de quince dólares de la Sothern Counties Gas, pero no está la fecha de junio en que conocimos a Henry Robbins.
    Esta me parece una omisión peculiar y conmovedora, que refleja esas fracturas particulares que el tener recien nacidos y el vivir en casas prestadas puede causar en el ánimo de la gente que vive principalmente de su propio ingenio. Hasta aquella noche de junio de 1966, Henry Robbins era algo abstracto para nosotros, otro editor neoyorkino más, un desconocido (...) Yo me tenía en tan poca estima como escritora que me daba un poco de vergüenza ir a cenar con otro editor, me daba vergüenza sentarme otra vez para hablar de aquella "obra" que no estaba escribiendo, pero al final sí fui (...) Los tres nos estuvimos riendo hasta las dos de la mañana (...) y nuestras voces transcendían las listas de la lavandería, las canguros y las perspectivas de ganar 5,29 dólares, unas voces llenas de promesas, voces de escritores
[...]
«Lo que los editores hacen por los escritores es algo misterioso, y en contra de lo que suele creerse, no tiene gran cosa que ver ni con los títulos, ni con las frases, ni con los "cambios" (...) La relación entre editor y escritor es mucho más sutil y profunda que eso, y resulta simultáneamente tan elusiva y radical que parece casi una relación de paternidad: el editor, si el editor era Henry Robbins, era la persona que le daba al escritor la idea de sí mismo, la idea de sí misma, la imagen del yo que permitía al escritor sentarse a solas para escribir.»
    Se trata de una empresa complicada, que requiere que el editor no solo mantenga una fe que el escritor únicamente comparte a rachas intermitentes, sino también que le caiga bien el escritor, algo que no es fácil. Los escritores casi nunca son gente agradable. No aportan nada a la fiesta, se dejan la diversión en la máquina de escribir. (...) En el mundo real, los editores no cogen un vuelo nocturno de la TWA hasta California para tranquilizar a una escritora nerviosa de envergadura mediana. En el mundo real los editores tienen acceso a jets privados G-3 de empresa y prefieren irse de crucero por las Galápagos con los tiburones empresariales en los que ellos todavía no se han podido convertir. Los editores que sienten menosprecio por la posición de los de su clase pueden encontrar consuelo en transmitirle ese menosprecio al escritor, que no suele tener jets privados G-3 y a quien se puede considerar dependiente de la generosidad de la editorial.»
Los que sueñan el sueño dorado, Joan Didion

Joan Didion
Las historias que nos
contamos para vivir (Didion)


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